
Son tres historias de vida que se sienten fascinados por el misterio que irrumpe en sus vidas y los transforma radicalmente; algo muere y algo nuevo surge. Sus vidas se dinamizan de tal modo que ya no pueden vivir de otra manera y sin referencia al que les dio la vida y les perdonó. Y en estos encuentros, Dios, siempre lleva la iniciativa, pero la respuesta humana es generosa y no se hace esperar. Ha sido el encuentro tan fuerte, que les ha dejado mucha huella.
Jesús pasará toda su vida haciéndose el encontradizo y saliendo al camino para que tropecemos con él en cualquier momento y situación porque todos y todas tenemos acceso a la salvación, “todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Hch 2, 21), según la preocupación de toda la obra de San Lucas.
Al igual que la Palabra de Dios de hoy nos provoca por las historias de encuentros que nos narra, quiero centrar la reflexión en esta temática, en la importancia de cuidar los encuentros con las personas que viven o que pasan cerca de nosotros. Se trata de dar calidad y calidez a cada momento que pasamos juntos, porque siempre podemos descubrir algo nuevo si nos dejamos fascinar por quien tenemos delante. Ante estas situaciones no nos valen las “etiquetas”, los “san benitos” con los que clasificamos a la gente; no sirven los prejuicios, porque todo ello resta novedad al encuentro, pues de antemano estoy predispuesto ante la persona que tengo delante y no descubro su totalidad porque ya me relaciono con ella desde una idea inicial, sin dejar paso a ese elemento único que toda persona tenemos, donde arranca el cambio, al descubrírsenos la verdad de nuestra vida por pobre y oscura que sea. Esta es la grandeza de nuestra condición humana y de nuestra fe: toda persona vivirá su encuentro con Dios a través del Dios de Jesús desde el momento que se hace consciente de ello aunque haya tenido un pasado difícil y lejos de Dios. La vida concretará, poco a poco, ese nuevo giro experimentado, porque los cambios no se realizan en un instante ni por un acto de generosidad, por muy pensado y reflexionado que se quiera hacer. Es todo un proceso que necesita ejercicio continuo, mucha paciencia y disponibilidad.
En el pasaje que hoy nos ofrece el evangelista Lucas, quiere mostrar que la fe y la misión son una y la misma llamada. Creer es saberse enviado. Aunque no todos formen parte de la Iglesia de forma consciente y práctica, sí han de sentirse llamados y amados por el Dios de la misericordia.
“Rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar”. No es fácil anunciar y proclamar las proezas del Señor, porque no resulta sencillo dar el primer paso de dejarlo todo. Ahora bien, cuando esto ocurre, sólo nos cabe exclamar como el salmista (Sal 137,8) “Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”. Ya que tú, Señor, has dado el primer paso, acompáñame y sostenme en todo momento de mi vida, que soy indigno e incapaz de dar un paso sin ti.
Hay aquí un “programa pastoral” a practicar en comunidades y parroquias: La Iglesia en salida de la que nos habla el papa Francisco; salir al encuentro, conocer a…, y que nos conozcan por nuestro vivir y nuestro hacer, proponer explícitamente el Evangelio de Jesús y, en su nombre, echar las redes, sin miedos (el miedo anuncia falta de fe), con alegría, con exigencia, sin rebajas.
José Mª Tortosa Alarcón. Presbítero en la Diócesis de Guadix-Baza