domingo, 21 de octubre de 2018

Comentario Evangelio del domingo 21 de octubre de 2018 (XXIX del Tiempo Ordinario, ciclo B) - Mc. 10, 35-45 (DOMUND)

EL QUE MÁS SERVICIO PRESTA, ESE ES EL PRIMERO

“Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra”, proclama el Salmo 32 animándonos a descubrir al Siervo de Dios que entrega su vida en servicio (Is 53,10-11) y que intercede por todos los hombres y mujeres ante el Padre: “Acerquémonos, por tanto, confiadamente al tribunal de la gracia para alcanzar misericordia y obtener la gracia de un auxilio oportuno” (Hb 4,14-16). Tenemos un Sumo Sacerdote (Cristo Jesús) que se compadece de nuestras debilidades y no pasa indiferente ante el sufrimiento humano. Su vida y su palabra alientan y sostienen nuestra vida: “el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10,35-45).

Esta concepción de la vida, choca directamente con la sociedad de hoy –civil y religiosa- que busca influencias, poder y agradece favores, cargos, etc. Nos da la sensación de que también nosotros –al igual que los discípulos Santiago y Juan- buscamos amigos influyentes, o enchufes para conseguir tal o cual cosa. Queremos conseguir las cosas, sin penar por ellas. Así, hablamos de “pelotazo”, de fraudes urbanísticos, chantajes, adulaciones, sobornos, manipulaciones y, muchas más expresiones que se han hecho una realidad cercana. Eso de pasar por el mismo cáliz –la cruz- que pasó Jesús, parece que no nos va. No entendemos el mesianismo de Jesús y lo relacionamos con méritos, recompensas y dominio de los más fuertes.

Menos mal que, aún quedan voces sensatas que se indignan contra este estilo de vida y ponen las cosas en su sitio siguiendo el modo de vida de Jesús y acompañándonos en nuestro camino personal de discípulos. Son todas aquellas personas que con su testimonio y coherencia, nos hablan de justicia, de servicio, de entrega, de generosidad, de perdón, de humildad, de sencillez, de honradez, de valentía, etc. porque lo viven diariamente en sus lugares concretos de trabajo. Hablo de la madre y el padre que acompañan a su hijo en una recaída en la droga; del misionero que, sin pedir nada a cambio, vive en medio de tensiones; del obrero que defiende a sus compañeros de trabajo ante abusos; del jefe o empresario que mantiene a sus trabajadores con todos los papeles en regla, pagando un salario digno y justo; del ama de casa que hace familia desde la equidad y cariño por cada uno de sus miembros; del voluntario que entrega su tiempo y su persona a visitar presos y enfermos; de la catequista que se esfuerza en presentar y vivir un Dios que nos ha soñado felices y que quiere el bien de toda persona; del cuidador que atiende con mimo al enfermo de alzheimer o al anciano desvalido; del que se manifiesta contra el hambre, la explotación, la pobreza; del que protege al menor y a la mujer violentada; de cada uno de nosotros cuando amamos al hermano (prójimo) como a nosotros mismos; del que renuncia al poder y escoge el servicio como norma de vida. “El que entre vosotros quiera ser grande, que sea vuestro servidor” (Mc 10,43). Y todo esto, día a día sin esperar un momento heroico, único, porque eso es lo importante e imprescindible como recuerda un bello poema de Bertolt Brecht: “Hay personas que luchan un día y son buenos. Hay otras que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay las que luchan toda la vida: esas son las imprescindibles”.

Descubro que la historia, civil y religiosa, oscila entre el poder y el servicio. Nosotros pedimos a Dios que nos dé la lucidez y el coraje suficiente para escoger aquello que da más vida a los demás y que nos “libre de la prudencia cobarde, la que nos hace eludir el sacrificio y buscar seguridad” (Luis Espinal). Quizás, en la Iglesia, sobren títulos, honores y aquello que tenga rastro de poder o dominio de unos sobre otros, lo que haría más creíble la evangelización y nuestro testimonio, porque todos, hombres y mujeres caminamos hacia Jerusalén en plano de igualdad.

José Mª Tortosa Alarcón. Presbítero en la Diócesis de Guadix-Baza