Hoy resulta que no hay Evangelio. Porque después de lo de ayer… apaga y vámonos. Todo se ha acabado. Cada uno que vuelva a su trabajo como si nada. Fue muy bonito mientras duró. Como dirán otros discípulos un poco más tarde: “nosotros esperábamos que Él fuera el liberador de Israel…” que él fuera… que Él hiciera… Y ya ves. Nada. Apaga la luz y vámonos.
Y mientras nosotros andamos rindiéndonos, Jesús no descansa. El sábado santo es un día grande. Jesús baja y nos encuentra en nuestros infiernos, donde efectivamente se ha apagado la luz, toda luz y nos dice con fuerza: toma mi mano y salgamos de esta oscuridad. Todavía hay una posibilidad, o cientos de ellas. Pero con mi Mano. Porque el Padre está tirando de la mía para levantarnos a todos y no quiero que nadie quede en esta oscuridad. Aprovecha esta oportunidad de vida, de luz, de esperanza. Créeme, no es el final. Pero coge mi mano, por favor te lo pido. Hoy solo te pido eso. Verás lo que va a ocurrir.
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