Pues sí: ¡cuántas veces se nos ha ido la fuerza por la boca!, ¡cuántas veces muere el pez que somos por dejar que la boca vaya más rápido y más lejos de nuestra cabeza y nuestro corazón!
Jesús deseaba celebrar la Pascua, la última Pascua, con sus discípulos. Y seguramente también sus discípulos con Él. Pero para uno de ellos iba a ser una pascua teñida de traición. Como decíamos ayer el corazón de Judas dudó, y ya sabemos, como nos cuenta el Evangelio de hoy lo que terminó haciendo: las palabras de su boca se convirtieron en muerte. En la suya y la de Jesús. ¿Qué hubiera pasado si Judas hubiera mantenido su boca cerradita? No habría vendido al Maestro. Pero quizá la duda hubiera seguido en su corazón. Es ahí donde nos la jugamos, en el corazón.
No es Judas el único malo de esta historia, aunque pasó a la historia como prototipo del traidor. ¿Pondrías tú la mano en el fuego por Jesús? No siempre ¿verdad? ¿También en tu corazón se libra alguna batalla en relación con Jesús? Permite que tu corazón se exprese en palabras y gestos verdaderos. Y que pueda más el deseo de celebrar la pascua con Jesús.
Por la boca muere el pez, pero también por la boca podremos comer con Él el pan ázimo de la sinceridad y la verdad (1Cor 5,8).
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