Ya se sabe: “la cabra tira al monte”, ¡y vaya que si tira! Si te digo la verdad, menos mal, porque no son pocas las veces que nos salva ese sentido e inclinación más personal e íntimo, que aunque queramos reprimirlo o las circunstancias quieran ahogarlo, sigue ahí dentro. Y en algunos momentos necesitamos seguir esa “inclinación” interior.
A Jesús se le podría aplicar muy bien este refrán: cuanto las cosas empiezan a pintar mal e incluso sus discípulos más cercanos comienzan a desanimarse, él no se viene abajo… ¡Se viene arriba! Sube al monte, al lugar especial de Encuentro, de luz, de revelación… Hoy, la Transfiguración nos lo recuerda una vez más, porque ser fiel a lo que cada uno es en lo más hondo, no solo nos vuelve resplandecientes, sino que nos permite contagiar luz y esperanza a los que nos rodean. Y, entonces, la gente suele sentirse bien; tan bien como se sintieron Pedro, Santiago y Juan en el monte con Jesús transfigurado.
Como esta Cuaresma nos hemos propuesto ponernos morados, vamos a disfrutar de esta semana. No dejemos de tirar al monte de nuestra propia vocación, de aquello que nos hace ser más nosotros mismos, pues allí, en ese instante de verdad y de luz, seguramente que escucharemos sutilmente: “este es mi hijo, esta es mi hija… y les quiero muchísimo”.
Es verdad que estas experiencias no duran mucho. Si no estás muy atento, te las pierdes. Hasta puedes pensar que ha sido tu imaginación. Pero no. No te permitas perderla si se te regala. Bajarás de nuevo a la grisura y al miedo y a la duda… ¡tantas veces! Pero ya no serás el mismo. Porque contemplar la luz convierte. Te cambia. Te hace mejor persona. Y de eso se trata. ¡Pongámonos morados de luz!
Me encantan las cabras que tiran al monte. Como Jesús.