San Francisco de Asís es más que un santo de la Iglesia; es patrimonio de toda la humanidad, un hermano querido que nos sigue susurrando de muchas formas cómo cuidar del resto de nuestra familia. No sólo de las flores, de los pajarillos y de las ardillas, sino también de las manzanas y hasta de los spaghettis que comemos tantas veces, por poner algunos ejemplos. Aún más, de la silla en la que cómodamente me siento, del edredón que me cubre por las noches y hasta del tenedor con el que como la pasta. Porque todos, como seguro que le sucedió a Francisco, somos capaces de captar que “lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta” (Sí n.9). Hemos sido creados con las cualidades neurobiológicas cultivables y entrenables para cuidar todo con apertura y sensibilidad.
Te propongo una práctica muy sencilla para cultivar una actitud sensible y atenta. Al menos una vez durante la comida, presta una atención exquisita al momento de coger la comida con el tenedor, a la forma en que coges el cubierto y a la suave presión que haces con él, también al movimiento del brazo acercándolo a la boca, al momento del contacto de la comida con tus labios, en cómo la tomas y la masticas. Todo ello puede durar medio minuto, un minuto a lo sumo. La clave está en hacerlo con actitud exploratoria, observando lo qué pasa y sin tener expectativas de ningún tipo ¡Hazte consciente de cómo te sientes cuando la termines! Y aprovecha para dar gracias por ella.
Carmen Jalón
acompasando.org