Hoy celebramos en toda la Iglesia la Solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Además, tenemos la dicha de celebrar el 37º aniversario de la creación de Nuestra Diócesis. Aquí os dejo la Homilía que pronunció S.S. Benedicto XVI en esta Solemnidad en 2008, y la del Patriarca de Constantinopla Bartolomé I: buscando el Ecumenismo.
Santidad
y delegados fraternos;
señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:
señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:
Desde los tiempos más antiguos,
la Iglesia de Roma celebra la solemnidad de los grandes apóstoles san Pedro y
san Pablo como una única fiesta en el mismo día, el 29 de junio. Con su
martirio se convirtieron en hermanos; juntos son los fundadores de la nueva
Roma cristiana. Como tales los celebra el himno de las segundas Vísperas, que
se remonta a san Paulino de Aquileya (+806): "O Roma felix.
Dichosa tú, Roma, purpurada por la sangre preciosa de tan grandes Apóstoles,
que aventajas a cuanto hay de bello en el mundo, no tanto por tu fama, cuanto
por los méritos de los santos, que martirizaste con espada sanguinaria".
La sangre de los mártires no
clama venganza, sino que reconcilia. No se presenta como acusación, sino como
"luz áurea", según las palabras del himno de las primeras Vísperas:
se presenta como fuerza del amor que supera el odio y la violencia, fundando
así una nueva ciudad, una nueva comunidad. Por su martirio, san Pedro y san
Pablo ahora forman parte de Roma: en virtud de su martirio también san Pedro se
convirtió para siempre en ciudadano romano. Mediante el martirio, mediante su
fe y su amor, los dos Apóstoles indican dónde está la verdadera esperanza, y
son fundadores de un nuevo tipo de ciudad, que debe formarse continuamente en
medio de la antigua ciudad humana, que sigue amenazada por las fuerzas
contrarias del pecado y del egoísmo de los hombres.
En virtud de su martirio, san
Pedro y san Pablo están unidos para siempre con una relación recíproca. Una
imagen preferida de la iconografía cristiana es el abrazo de los dos Apóstoles
en camino hacia el martirio. Podemos decir que su mismo martirio, en lo más
profundo, es la realización de un abrazo fraterno. Mueren por el único Cristo
y, en el testimonio por el que dan la vida, son uno.
En los escritos del Nuevo
Testamento podemos seguir, por decirlo así, el desarrollo de su abrazo, de este
formar unidad en el testimonio y en la misión. Todo comienza cuando san Pablo,
tres años después de su conversión, va a Jerusalén "para conocer a Cefas"
(Ga 1, 18). Catorce años después, sube de nuevo a Jerusalén para
exponer "a las personas más notables" el Evangelio que proclama, para
saber "si corría o había corrido en vano" (Ga 2, 2). Al
final de este encuentro, Santiago, Cefas y Juan le tienden la mano, confirmando
así la comunión que los une en el único Evangelio de Jesucristo (cf. Ga 2,
9). Un hermoso signo de este abrazo interior que se profundiza, que se
desarrolla a pesar de la diferencia de temperamentos y tareas, es el hecho de
que los colaboradores mencionados al final de la primera carta de san
Pedro -Silvano y Marcos-, también son íntimos colaboradores de san
Pablo. Al tener los mismos colaboradores, se manifiesta de modo muy concreto la
comunión de la única Iglesia, el abrazo de los grandes Apóstoles.
San Pedro y san Pablo se
encontraron al menos dos veces en Jerusalén; al final, el camino de ambos
desembocó en Roma. ¿Por qué? ¿Sucedió sólo por casualidad? ¿Ese hecho contiene
un mensaje duradero? San Pablo llegó a Roma como prisionero, pero, al mismo tiempo,
como ciudadano romano que, tras su detención en Jerusalén, precisamente en
cuanto tal había recurrido al emperador, a cuyo tribunal fue llevado. Pero en
un sentido aún más profundo, san Pablo vino voluntariamente a Roma.
Con la más importante de sus Cartas ya
se había acercado interiormente a esta ciudad: había dirigido a la Iglesia en
Roma el escrito que, más que cualquier otro, es la síntesis de todo su anuncio
y de su fe. En el saludo inicial de la Carta dice que todo el
mundo habla de la fe de los cristianos de Roma y que, por tanto, esta fe es
conocida por doquier por su ejemplaridad (cf. Rm 1, 8). Y
escribe también: "Pues no quiero que ignoréis, hermanos, las muchas veces
que me propuse ir a vosotros, pero hasta el presente me he visto impedido"
(Rm 1, 13). Al final de la Carta retoma este tema,
hablando de su proyecto de ir a España. "Cuando me dirija a España...,
espero veros al pasar, y ser encaminado por vosotros hacia allá, después de
haber disfrutado un poco de vuestra compañía" (Rm 15, 24).
"Y bien sé que, al ir a vosotros, lo haré con la plenitud de las
bendiciones de Cristo" (Rm 15, 29).
Aquí resultan evidentes dos
cosas: Roma es para san Pablo una etapa en su camino hacia España, es decir,
según su concepto del mundo, hacia el borde extremo de la tierra. Considera su
misión como la realización de la tarea recibida de Cristo de llevar el
Evangelio hasta los últimos confines del mundo. En este itinerario está Roma.
Dado que por lo general san Pablo va solamente a los lugares en los que el Evangelio
aún no ha sido anunciado, Roma constituye una excepción. Allí encuentra una
Iglesia de cuya fe habla el mundo. Ir a Roma forma parte de la universalidad de
su misión como enviado a todos los pueblos. El camino hacia Roma, que ya antes
de realizar concretamente su viaje ha recorrido en su interior con su Carta,
es parte integrante de su tarea de llevar el Evangelio a todas las gentes, de
fundar la Iglesia católica, universal. Para él, ir a Roma es expresión de la
catolicidad de su misión. Roma debe manifestar la fe a todo el mundo, debe ser
el lugar del encuentro en la única fe.
Pero, ¿por qué vino a Roma san
Pedro? Sobre esto el Nuevo Testamento no dice nada de modo directo. Sin
embargo, nos da alguna pista. El Evangelio según san Marcos, que
podemos considerar como un reflejo de la predicación de san Pedro, está
íntimamente orientado al momento en el que el centurión romano, ante la muerte
de Jesucristo en la cruz, dice: "Verdaderamente este hombre era Hijo de
Dios" (Mc 15, 39). Junto a la cruz se revela el misterio de
Jesucristo. Bajo la cruz nace la Iglesia de los gentiles: el centurión del
pelotón romano de ejecución reconoce en Cristo al Hijo de Dios.
Los Hechos de los
Apóstoles describen como etapa decisiva para el ingreso del Evangelio
en el mundo de los paganos el episodio de Cornelio, el centurión de la cohorte
Itálica. Por orden de Dios, manda a alguien a llamar a san Pedro, y este,
también siguiendo una orden divina, va a la casa del centurión y predica.
Mientras está hablando, el Espíritu Santo desciende sobre la comunidad
doméstica reunida, y san Pedro dice: "¿Acaso puede alguien negar el agua
del bautismo a estos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?" (Hch 10,
47).
Así, en el concilio de los
Apóstoles, san Pedro intercede por la Iglesia de los paganos, que no necesitan
la Ley, porque Dios "purificó sus corazones con la fe" (Hch 15,
9). Ciertamente, en la carta a los Gálatas san Pablo dice que
Dios dio a Pedro la fuerza para el ministerio apostólico entre los circuncisos,
mientras que a él, Pablo, para el ministerio entre los paganos (cf. Ga 2,
8). Pero esta asignación sólo podía estar en vigor mientras Pedro
permanecía con los Doce en Jerusalén, con la esperanza de que todo Israel se
adhiriera a Cristo. Ante un desarrollo ulterior, los Doce reconocieron la hora
en la que también ellos debían dirigirse al mundo entero, para anunciarle el
Evangelio.
San Pedro, que según la orden
de Dios había sido el primero en abrir la puerta a los paganos, deja ahora la
presidencia de la Iglesia cristiano-judía a Santiago el Menor, para dedicarse a
su verdadera misión: el ministerio para la unidad de la única Iglesia de Dios
formada por judíos y paganos. Como hemos visto, entre las características de la
Iglesia, el deseo de san Pablo de venir a Roma subraya sobre todo la
palabra catholica. El camino de san Pedro hacia Roma, como
representante de los pueblos del mundo, se rige sobre todo por la palabra una:
su tarea consiste en crear la unidad de la catholica,
de la Iglesia formada por judíos y paganos, de la Iglesia de todos los pueblos.
Esta es la misión permanente de
san Pedro: hacer que la Iglesia no se identifique jamás con una sola nación,
con una sola cultura o con un solo Estado. Que sea siempre la Iglesia de todos.
Que reúna a la humanidad por encima de todas las fronteras y, en medio de las
divisiones de este mundo, haga presente la paz de Dios, la fuerza
reconciliadora de su amor. Gracias a la técnica, que es igual por doquier,
gracias a la red mundial de informaciones, como también gracias a la unión de
intereses comunes, existen hoy en el mundo nuevos modos de unidad, que sin
embargo generan también nuevos contrastes y dan nuevo impulso a los antiguos.
En medio de esta unidad externa, basada en las cosas materiales, tenemos gran
necesidad de unidad interior, que proviene de la paz de Dios, unidad de todos
los que, mediante Jesucristo, se han convertido en hermanos y hermanas. Esta es
la misión permanente de san Pedro y también la tarea particular encomendada a
la Iglesia de Roma. (…)
Santidad:
Teniendo aún viva la alegría y
la emoción de la personal y bendita participación de Su Santidad en la fiesta
patronal de Constantinopla, en la memoria de san Andrés apóstol, "el
primer llamado", en noviembre de 2006, hemos salido "con paso
exultante", desde El Fanar de la nueva Roma, para venir donde usted, a fin
de participar de su alegría en la fiesta patronal de la antigua Roma. Y hemos
venido donde usted "con la plenitud de la bendición del Evangelio de
Cristo" (Rm 15, 29), restituyendo el honor y el amor,
festejando, juntamente con nuestro predilecto hermano en la tierra de
Occidente, a "los heraldos seguros e inspirados, los corifeos de los
discípulos del Señor", los santos apóstoles Pedro, hermano de Andrés, y
Pablo, estas dos inmensas columnas centrales de toda la Iglesia, elevadas hacia
el cielo, las cuales, en esta histórica ciudad, dieron también la última
brillante confesión de Cristo: aquí entregaron su alma al Señor con el
martirio, uno con la cruz y otro con la espada, santificándola.
Por tanto, saludamos con
profundísimo y devoto amor, de parte de la santísima Iglesia de Constantinopla
y de sus hijos dispersos por el mundo, a Su Santidad, querido hermano,
augurando de corazón "a cuantos están en Roma amados por Dios" (Rm 1,
7) que gocen de buena salud, paz y prosperidad, y que progresen día y noche
hacia la salvación, "fervientes en el espíritu, sirviendo al Señor,
alegres en la esperanza, fuertes en la tribulación, perseverantes en la
oración" (Rm 12, 11-12).
En ambas Iglesias, Santidad,
honramos debidamente y veneramos tanto al que dio una confesión salvífica de la
divinidad de Cristo, san Pedro, como al vaso de elección, san Pablo, que
proclamó esta confesión y fe hasta los confines del universo, en medio de las
dificultades y peligros más inimaginables. Desde el año de salvación 258,
festejamos su memoria el 29 de junio, tanto en Occidente como en Oriente, donde
en los días que preceden, según la tradición de la Iglesia antigua, nos hemos
preparado también por medio del ayuno, observado en su honor. Para subrayar más
su igual valor, pero también por su peso en la Iglesia y en su obra
regeneradora y salvadora durante los siglos, Oriente los honra habitualmente
también a través de un icono común, en el que o tienen en sus santas manos un
pequeño velero, que simboliza la Iglesia, o se abrazan el uno al otro y se
intercambian el beso en Cristo.
Precisamente este beso santo
hemos venido a intercambiar con usted, Santidad, subrayando el ardiente deseo
en Cristo y el amor, que sentimos profundamente unos de otros.
El diálogo teológico entre
nuestras Iglesias, "en fe, verdad y amor", gracias a la ayuda divina,
sigue adelante, más allá de las notables dificultades que subsisten y de los
problemas ya conocidos. Verdaderamente deseamos y oramos mucho por esto, para
que se superen estas dificultades y para que desaparezcan los problemas lo más
rápidamente posible, a fin de alcanzar el objeto de deseo final, para gloria de
Dios.
Sabemos bien que también usted
tiene este mismo deseo, como estamos seguros de que Su Santidad hará
personalmente todo lo que esté de su parte, junto con sus ilustres
colaboradores, para allanar perfectamente el camino, a fin de que los trabajos
del diálogo logren su objetivo, con la ayuda de Dios.
Santidad, hemos proclamado el
año 2008 "Año del apóstol san Pablo", como hace usted desde hoy hasta
el año próximo, al cumplirse el bimilenario del nacimiento del gran Apóstol. En
el ámbito de las manifestaciones por este aniversario, en el que también hemos
venerado el lugar preciso de su martirio, tenemos programadas entre otras cosas
una sagrada peregrinación a algunos monumentos de la actividad apostólica del
Apóstol en Oriente, como Éfeso, Perge y otras ciudades de Asia menor, pero
también Rodas y Creta, a la localidad llamada "Buenos Puertos". Esté
seguro, Santidad, de que en este sagrado trayecto estará presente también
usted, caminando con nosotros en espíritu, y de que en cada lugar elevaremos
una ardiente oración por usted y por nuestros hermanos de la venerable Iglesia
católica romana, dirigiendo una fuerte súplica e intercesión del divino Pablo
al Señor por usted.
Y ahora, venerando los
padecimientos y la cruz de san Pedro y abrazando la cadena y los estigmas de
san Pablo, honrando la confesión y el martirio y la venerada muerte de ambos
por el nombre del Señor, que lleva verdaderamente a la Vida, glorificamos al Dios
tres veces santo y le suplicamos que, por intercesión de sus Apóstoles
protocorifeos, nos conceda aquí abajo a nosotros y a todos los hijos de todas
partes del mundo de la Iglesia ortodoxa y católica romana, la "unión de la
fe y la comunión del Espíritu Santo" en el "vínculo de la paz",
y allá arriba, en cambio, la vida eterna y la gran misericordia. Amén.
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