¿Quién
consigue ese equilibrio? En la invocación tradicional de Pentecostés se dice
que el Espíritu de Dios es “descanso de nuestro esfuerzo” y se pide su venida
para dar “al esfuerzo su mérito.” Se pide que venga porque no hay manera de
encajarlos. Descanso, esfuerzo y mérito… sólo el aliento del mismo Dios los
equilibra. Así pues, necesito pedir otra cosa: de creerme el mejor equilibrista
del mundo, ¡líbrame Señor! Poco a poco, intuyo que hay un tipo de esfuerzo sin
facturas, un trabajo “gratis”, un desvivirse que da vida, una generosidad
limpia… Intuyo también un descanso que humaniza y un ritmo de vida que no prima
sólo la efectividad; un ritmo que permite que me encuentre conmigo, con los
otros, con Dios... Lo intuyo no desde el equilibrio sino desde los bandazos
bruscos que doy yo mismo y quienes comparten mi camino y mis tropiezos.
Lo
intuyo como algo que el Espíritu de Jesús puede hacer nuevo. El mismo Jesús fue
víctima de la factura de los malesforzados y de la indolencia de los perezosos…
y venció. No puedo encontrar la justa medida pero creo que Él puede hacerlo. No
soy un gran equilibrista y me canso… ¿Qué me queda? ¿Qué nos queda? Ya sólo un
último grito: ¡Ven, creador de lo nuevo!
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las
lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén. (Secuencia de Pentecostés).
Nacho Boné, sj
La fuerza del Espiritu Santo es enorme, solo tenemos que encomendarno y adelante. No estamos solos.
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