Las Bienaventuranzas,
pronunciadas por Jesús, vienen a ser como la “carta magna” del Reino de Dios.
Es decir aquella guía para ser felices, que es lo que Dios quiere para todos
los hombres. Pero que, sin embargo, al no ponerlas en práctica, el hombre se empeña
en no ser feliz, en llevar una vida desgraciada, y en hacer desgraciados a
otros.
Como he repetido muchas veces: lo que Dios quiere, lo que Dios
sueña, es que los hombres, sus hijos, seamos felices. Pero eso conlleva unas
condiciones, que nos empeñamos en no cumplir, debido a la envidia, el poder
abusivo, la falta de solidaridad, etc. Y así, surgen las guerras, todo tipo de
violencia, de desigualdades, de injusticias…
Las condiciones a que me refiero, nos las enseña, hoy, el
evangelio en esos modos de comportarnos, que llamamos las Bienaventuranzas,
porque empieza cada una diciendo: Bienaventurado los que…. Es decir: felices
los que…Aunque, a veces, creamos que es más feliz el que abusa de los demás, el
que tiene muchas riquezas, el que domina despóticamente a los demás, el que no
perdona, el que no sabe respetar los derechos de los demás, el egoísta que
nunca comparte nada con los demás, etc, sin embargo, debemos estar seguros de
que no es así. Aunque parezcan más felices, aunque tengan ratos buenos, porque
tienen de todo, incluso a costa de otros, no pueden tener la conciencia
tranquila, y no pueden ser tan felices como aparentan, o se trata de una
felicidad pasajera.
La felicidad viene de otras causas, de estar en paz consigo
mismo y con los demás, de saber atender al necesitado, de ser justos, de
comportarse con misericordia. Es decir, de procurar vivir conforme al deseo de
Dios.
Los que eligen ser pobres, porque saben compartir con los más
pobres; los que trabajan por la paz, y son pacíficos; los que ejercen la
misericordia con los más débiles; los que tienen un corazón limpio para descubrir
a Dios en las personas y en los acontecimientos.
Félix González
Corazones en red. Blog ss.cc.