No conocemos su nombre. Es una mujer insignificante, perdida
en medio del gentío que sigue a Jesús. No se atreve a hablar con él como Jairo,
el jefe de la sinagoga, que ha conseguido que Jesús se dirija hacia su casa.
Ella no podrá tener nunca esa suerte.
Nadie sabe
que es una mujer marcada por una enfermedad secreta. Los maestros de la Ley le
han enseñado a mirarse como una mujer «impura», mientras tenga pérdidas
de sangre. Se ha pasado muchos años buscando un curador, pero nadie ha logrado
sanarla. ¿Dónde podrá encontrar la salud que necesita para vivir con dignidad?
Muchas
personas viven entre nosotros experiencias parecidas. Humilladas por heridas
secretas que nadie conoce, sin fuerzas para confiar a alguien su «enfermedad»,
buscan ayuda, paz y consuelo sin saber dónde encontrarlos. Se sienten culpables cuando muchas veces solo son
víctimas.
Personas
buenas que se sienten indignas de
acercarse a recibir a Cristo en la comunión; cristianos piadosos que han
vivido sufriendo de manera insana porque se les enseñó a ver como sucio,
humillante y pecaminoso todo lo relacionado con el sexo; creyentes que, al
final de su vida, no saben cómo romper la cadena de confesiones y comuniones
supuestamente sacrílegas... ¿No podrán conocer nunca la paz?
Según el
relato, la mujer enferma «oye hablar de Jesús» e intuye que está ante
alguien que puede arrancar la «impureza» de su cuerpo y de su vida entera. Jesús no
habla de dignidad o indignidad. Su mensaje habla de amor. Su persona irradia
fuerza curadora.
La mujer
busca su propio camino para encontrarse con Jesús. No se siente con fuerzas
para mirarle a los ojos: se acercará por detrás. Le da vergüenza hablarle de su
enfermedad: actuará calladamente. No puede tocarlo físicamente: le tocará solo
el manto. No importa. No importa nada. Para sentirse limpia basta esa confianza
grande en Jesús.
Lo dice él
mismo. Esta mujer no se ha de avergonzar ante nadie. Lo que ha hecho no es
malo. Es un gesto de fe. Jesús tiene sus caminos para curar heridas secretas, y
decir a quienes lo buscan: «Hija, hijo, tu fe te ha curado. Vete en paz y
con salud».
José Antonio Pagola