La celebración del nacimiento de Jesús está siempre cargada de
actualidad.
Hay gente a la que le cansa celebrar siempre lo mismo y caer
en la rutina familiar de quién no recuerda qué está celebrando
realmente. Yo nunca soy la misma. Siempre afronto la Navidad de manera
distinta. La llegada de Jesús siempre llega en circunstancias
cambiantes.
Lo que no cambia es que es necesario recordar al menos una
vez al año de manera intensa que Dios está presente, me sale al paso, se
abaja a mi realidad. Está no para cambiar mis circunstancias y
convertir mi vida en una senda llana sin dificultades. Tampoco lo
quiero. Está para acompañarme, para cogerme de la mano, para cogerme
entre sus brazos, para ponerme el hombro, para secar mis lágrimas, para
mirarme con dulzura y comprensión, para gritarme que puedo, para
insuflarme ánimo, para marcarme la senda, para susurrarme que me fíe,
que no desfallezca, que no me detengan mis miedos…
Dios hecho Niño es la imagen de un Dios sencillo, puro, sin dobleces,
juguetón, cariñoso, transparente, necesitado. Admirar el misterio.
Quiero admirar el misterio. Ponerme delante y admirarlo. En silencio. Y
dejarme transformar. Y dejarme acariciar.