Espíritu del Dios vivo,
tu soplo visita en nosotros
lo frágil y desprovisto.
En el seno de nuestras pequeñas muertes
haces brotar agua viva.
Por ti el valle de lágrimas
se torna manantial.
Así, en una vida interior
que no conoce ni comienzo ni fin,
el milagro de tu continua presencia
hace renacer un frescor siempre nuevo.